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Se expone a continuación un resumen de los hechos acaecidos en San Sebastián de Garabandal entre los años 1961 y 1965, hechos que ni la ciencia, ni los expertos, ni las nubladas comisiones supieron esclarecer con todos sus conocimientos del mundo, la naturaleza y la psicología humana. Aunque la Iglesia no se haya pronunciado aún, muchos son los que opinan que hay más que sobradas razones que atestiguan su caracter sobrenatural. No se trata de dos o tres cosillas más o menos curiosas, sino de un tropel de sucesos que desbordaron a cuantos con intención crítica quisieron juzgarlos. Fue como si un torrente de Gracia arrasara con nuestra ignorancia sin querer dejar ni un rastro de duda, se mire por donde se mire.
Los copos de nieve y el granizo caían en plena cara sin hacerles la menor mella; su gesto siempre sonriente, de plano a los elementos, mirando a un cielo distinto, durante el tiempo que fuese. Las marchas extáticas (desplazamientos en éxtasis) no alteraban su pulso, a pesar de las grandes carreras que daban por el pueblo subiendo y bajando a los pinos; a gran velocidad, de día o de noche, solas o acompañadas. Muchos, que las seguían, se estremecían sin poder alcanzarlas bajando la ladera de cara, cuando ellas lo hacían de espaldas, de noche, raudas por caminos de grandes desniveles donde es dificil posar bien un pie, aún despacio y de cara. Hubo personas que experimentaron con las niñas, que no se daban cuenta de nada, pinchándolas con diferentes instrumentos, aplicando cigarrillos encendidos sobre su piel, y acercando a sus ojos potentes linternas, sin conseguir siquiera un parpadeo. Nunca se vió la más leve contracción o signo de dolor en sus rostros. Las caidas, cuando estaban en éxtasis, eran frecuentes. A veces eran las cuatro juntas, otras no. Quedaban en posturas escultóricas de gran belleza, nunca indecorosas o incorrectas. A pesar de la corta edad de las niñas, en los éxtasis no conocían el miedo. Lo mismo a las 12 del mediodía, que a las tres de la mañana, salían de su casa en trance y recorrían el pueblo, hasta la Iglesia, el cementerio, o a los Pinos En numerosas ocasiones se produjeron movimientos de curiosa factura. Una de las niñas fue varios metros de ida y vuelta, sentada hacia la Iglesia. El público que lo presenció quedó tan emocionado que muchos lloraron. Los vestidos, que la cubrían hasta la rodilla, no se movieron de su sitio, sin que nadie la hubiera siquiera tocado. Más tarde, se constató que el vestido no se había manchado. También hubo levitaciones, y otros movimientos espectaculares. Hay muchas gentes, de distintas edades, culturas y procedencias, que pueden atestiguarlo.
En otra ocasión, una de las personas presentes en el pueblo, le entregó a Conchita una polvera para que la besase la Santísima Virgen. Las personas que lo vieron quedaron un tanto escandalizadas, aunque no dijeron nada, pensando en que Nuestra Señora pudiese besar un objeto profano. Al terminar el éxtasis preguntaron a la vidente cómo lo había hecho, y Conchita respondió: "Nuestra Señora me ha dicho que este objeto sirvió de Sagrario para transportar el Cuerpo de su Hijo durante la guerra civil española, para llevar la comunión a los enfermos y a otras personas". La persona portadora del objeto lo confirmó.
Consistió en la materialización instantanea de una Sagrada Forma en la boca de Conchita, con testigos a pocos centímetros de su cara que no pudieron siquiera parpadear. Su testimonio es de asombro, estupor y fe. Se dice que hubo dos milagros; uno en la boca de Conchita, y otro en el corazón de los asistentes.
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