Dolor y Castigo

Acerca del castigo de la justicia de Dios, conviene recordar ese argumento socrático que dice que es peor cometer la injusticia, que padecerla, y peor aún quedar impune...

Debe, el ajusticiamiento, tener propiedades curativas, y tal como el dentista nos saca una muela y alivia nuestra salud causando un dolor inevitable, que es el precio que pagamos junto con la factura, así son los castigos de Dios elixir de la injusticia de nuestras almas, y por tanto, deben contemplarse como un acto más de su infinita Misercordia. Es dificil de aceptar, pero Dios tiene poder para premiar y castigar, y ámbas cosas las hace con amor.

Es necesaria esta purga dolorosa, porque Dios nos quiere limpios e inmaculados en su presencia. Y en todo caso, todo el horror que suponga la idea del castigo representa fielmente, con absoluta justicia, un reflejo de la horrible realidad que significa la injusticia del pecado, y que, por mucho que nos esforcemos, no alcanzaremos a imaginar.

Volviendo a la imagen del Génesis, con la que comenzaba metafóricamente la historia de Garabandal, al comer del fruto del árbol hemos conocido el mal que antes nos era velado. Dios, parece que nos dice, con una absoluta inmutabilidad e ironía frente a cualquiera de nuestras eventualidades, pues bien amigo: ahora te vas a comer todas las manzanas; te vas a hartar de manzanas, y luego, cuando ya no tengas hambre, te vas a comer las ramas, y acabarás con el tronco y las raices, que no es otra cosa que la Cruz.

Porque el conocimiento, que en nosotros humanos se obtiene de la experiencia, siendo en este caso del mal, no sólo implica el cometerlo (comer manzanas), sino también el padecerlo. Y Cristo, que quiso ser nuestro ejemplo en todo lo que ha de ser nuestro camino, lo conoció en toda su extensión, pues aunque no necesitaba, ni podía negarse a si mismo comiendo manzanas por ser la misma Sabiduría, quiso sufrir el mal por nosotros, para ser nuestro consuelo cuando hayamos de padecerlo, si no somos privilegiados con alguna venia especial como la del Apostol Juan, que también es posible.

Así, que sin miedo y que el Buen Alfarero haga lo que tenga que hacer.


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